
A estas personas se dirige una parte muy importante de la acción que se desarrolla en la Fundación Instituto San José, de los Hermanos de San Juan de Dios, en Madrid.
Los religiosos hospitalarios, conscientes de que el cuidado de un
enfermo es siempre una dura “carga” para cualquier persona, atienden al
“paciente oculto” en las repercusiones médicas, sociales y económicas que puede llegar a sufrir. Algo que hace de un modo coordinado, encabezado por el Grupo de Ayuda Familiar (GAF),
que es el que se encarga de ayudar emocional y socialmente a aquellos
que acompañan a enfermos con discapacidad intelectual, en cuidados
paliativos y en el posterior tratamiento del duelo.
Una visión integral del personal de enfermería
permite detectar con suficiente antelación la repercusión negativa del
cuidado al enfermo que se produce en un familiar.
“Es un trabajo en equipo. Durante el ingreso, se toma contacto con los familiares y vamos detectando cómo viven en su mundo interior el significado de la enfermedad, la muerte y el dolor, que finalmente es natural y necesario”, explica a Vida Nueva Roberto Álvarez, psicólogo y psicoterapeuta que se encarga de la atención a familias en el duelo.
“La familia tiene un deseo continuo de cuidar, de estar al lado del enfermo, de evitar que sufra; lo que implica, a veces, que intenten que este se dé cuenta de la enfermedad”, advierte.
Un grave problema de comunicación
Se produce entonces, según él, un grave problema de comunicación al que deben estar atentos estos profesionales: “Nos encontramos con un proceso de manejo de la verdad. Una comunicación interna de toda una vida se quiebra por el miedo a decir la verdad de lo que está ocurriendo”.
Algunas de las consecuencias de esta quiebra de comunicación son muy graves para el familiar o “paciente oculto”: convierten al enfermo, al paciente, en un extraño conocido; no quieren ir a casa y siempre tienen el deseo de estar ahí, aunque no sepan realmente para qué, y sufren una fuerte angustia de reparación en el último momento de la enfermedad.
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